Esta es la historia de una madre, su hija y nuestro rebozo. A los 20 meses de estar juntos, ¿ha llegado el final de este cuento?

Yo tenía deseos de portear a mi bebé desde que estaba embarazada, por motivos de hacer su transición del vientre al mundo exterior algo sereno y respetuoso. Aunque sé que nada se compara a los brazos de mamá, un portabebés era otra alternativa para tenerla cerquita mío. También tenía en mente los beneficios del porteo.Además, con mi desagrado por la carriola, era la opción perfecta.

Durante mi último trimestre busque un portabebés que cumpliera con tres requisitos: cómodo, económico y duradero.

Un lindo día primaveral me encontré con nuestro rebozo. ¡Lo vi perfecto! Al leer su nombre, me enamore. Se llamaSincronizar. En ese instante esa palabra describía más que el nombre de un rebozo, describía la relación con mi bebé.

Había leído varias recomendaciones sobre las diferentes marcas, estilos y el sinfín de diseños. Me había memorizado los modelos más recomendados y las ventajas de cada cual.  Este modelo era de la marca menos recomendada, pero decidí darle una oportunidad. Esperé a que naciera mi chiquita para comprarlo. Las primera semanas usaba mis bufandas como fular.

Los primeros meses, después de varios nudos y enredos, aprendí a asegurar el rebozo a la medida y comodidad de mi pequeña.  El porteo requiere práctica y paciencia. Pronto aprendí que cargar a mi bebé nos brindaba seguridad, apego, conexión, armonía.

Aprendí que el porteo es una fórmula mágica para la tristeza posparto. La oxitocina, hormona del amor y la felicidad, flota en todo su esplendor con cada abrazo y cada toma de leche materna dentro del rebozo. Además,  es muy bonito sentir a tu bebé tan cerquita, tan pegadito, tan tranquilo; el antídoto perfecto a cualquier decepción.

Pasaban los días, crecía mi niña. En esa cercanía compartimos risas, caricias, besos, amor.  El rebozo fue acompañante de aventuras, testigo de un resbalón y una dosis diaria de miradas cómplices. Dentro de él, mi niña dormía, soñaba, bailaba y se alimentaba de su tetita. Con el rebozo recorrimos bosques, museos, bibliotecas y escuelas.

El rebozo me permitía tener las manos libres, mi espalda sin dolor y mi corazón con esa constante sincronización con mi bebé. Con mi niña en su telita hice algo de jardinería, quehaceres y meditación.

Recibí comentarios de que la iba acostumbrar  a los brazos, que me iba a lastimar la espalda. En ocasiones, confundían la cabecita escondida de mi beba con enormes senos y su espalda con una barriguita, de perfil me veía embarazada.  Una vez una señora dijo que parecía una niña cargando una muñeca. Con mi estatura, ¡cómo no parecer de 15 años!

Desvié los comentarios. Me concentré en escuchar el latido de su corazón sincronizando con el mío. ¿Por qué preocuparme en cómo me veo porteando? Mejor me preocupo en cómo nos sentimos. Y las dos nos sentíamos de maravilla. Una sonrisa al entrar a su telita lo decía todo.

Llegaron los siete meses y mi pequeña aprendió a gatear. Pasamos días enteros sin portear. Sin embargo, fue de mucha utilidad en las caminatas junto al hermanito mayor o cuando íbamos a lugares pequeño o inaccesibles con carriolas. ¡Comó adoro lo práctico que es!

Cuando cumplió un añito su peso se hizo más notable y ya no la cargaba con tanta frecuencia. A los pocos días aprendió a caminar y perdió un poco de interés.  Yo me preguntaba si ya era tiempo de abandonar el fular. Sin embargo, hemos continuado por ocho meses más. Es difícil abandonar algo que ha facilitado nuestro vínculo, nuestra manera de sincronizar. 

Ya son 20 meses de un porteo bello, amoroso, tranquilo, mágico.  Sin embargo, al rebozo le quedan pocos centímetros de vida, sus tiras por poco ya no envuelven a mi nena. Me cuestiono si debemos seguir porteando.

¿Es el porteo es como la lactancia?  ¿Tiene una recomendación de fecha límite? ¿Existe el porteo prolongado? ¿Deciden los pequeños cuando quieren dejarlo?

Mientras encuentro las respuestas, también pienso en varios motivos para seguir cargándola. Nos falta vivir los días de excursión en el bosque, cuando su cuerpecito requiera descanso. Aún quedan muchas caminatas en nuestro jardín favorito. Los beneficios  se siguen notando. Ella adora su canguro. El porteo es un arte ancestral, natural al ser humano.

Quizá para algunos sea innecesario, agradable e incluso ridículo portear pasado los dos años. Para nosotras es imposible olvidar a este relajante seca llantos que apoya nuestra unión y nos contagia de paz. Es posible que continuemos hasta los tres, pero como sea, con amor y sincronía.


Deja un Comentario