Se le conoce como rebozo a una tela alargada y angosta, teñida con técnica de ikat (o de reserva), con anudados y flecos en cada extremo llamados rapacejos. Es utilizado para llevar bultos, tapar la cabeza, usarse como abrigo e incluso para cargar al hijo de la mujer que lo porta.


En realidad no se sabe con certeza el origen del rebozo ya que pudo haber sido una prenda hindú importada por el galeón de Manila, o ser un derivado de la mantilla española (que en forma y estructura son muy diversos) o bien, la evolución del ayate indígena incorporado a la influencia de materiales, colorido y forma españolas de la conquista.

El ayate, manto de ixtle compuesto por dos lienzos, utilizado para transportar cualquier tipo de mercancía y usado indistintamente por el hombre y la mujer de la época prehispánica; al igual que el mamatl, un lienzo rectangular en cuyos bordes se distinguían unas franjas hechas de diferente material y también utilizado para transportar mercancías; pudieron ser las prendas, que combinadas con la influencia colonial, antecedieron al que ahora conocemos como rebozo.


Códice Mendocino. La novia lleva
puesto un manto y la amanteca
que la carga lleva otro alargado.
Foto: Rebozos de la colección
de Robert Everts, Museo Franz
Mayer/ Artes de México


De acuerdo con las investigaciones realizadas por Ruth D. Lechuga, con excepción del dominico Fray Diego Durán en 1572 ningún cronista del siglo XVI describe el rebozo en su forma actual, ni mencionan el nombre de esta prenda. Sin embargo, Tomas Gage, en 1625, al hablar del vestido utilizado por negras y mulatas dice: "...se encuentran otras en la calle, que en lugar de mantillas se sirven de una rica faja de seda, de la cual se echan parte al hombro izquierdo y parte sostienen con la mano derecha...", lo que hace suponer, que esta faja, probablemente era ya un rebozo en la forma que actualmente se le conoce.

Para el siglo XVIII esta prenda se encontraba ya en el uso común de las mujeres. El segundo Conde de Revillagigedo se refiere a ella como: «Lo llevan sin exceptuar ni aún las monjas, las señoras más principales y ricas, y hasta las más infelices y pobres del bajo pueblo. Usan de ella como mantilla, como manteleta, en el estrado, en el paseo, y aún en la casa; se la tercian, se la ponen en la cabeza, se embozan con ella y la atan y anudan alrededor del cuerpo.

En esta época, la variedad de rebozos existentes era enorme, sin embargo, predominaba un rebozo rayado con dibujos de ikat y bordados, con un rapacejo corto que solamente llevaba unos picos anudados. Los rebozos de las clases bajas se reducían a ser de algodón, mientras que los de la alta, se combinaban con seda, listas de oro y plata y eran bordados con hilos de otros metales y colores, mismos que no satisfacían los gustos de las damas de la nobleza, que influenciadas por el barroquismo de la época, enriquecieron estas piezas con ricos bordados de paisajes y conmemoraciones de escenas costumbristas.

Hacia fines del siglo XIX, el rebozo se había establecido como prenda indispensable y arte tradicional de México. Sin embargo actualmente, su uso ha disminuído entre las mujeres de las ciudades y por el contrario, se ha extendido entre muchos de los grupos indígenas.


Rebozos, nahua de hidalgo y
mestizos de Santa María del Río,
San Luis Potosí y de Michoacán.
Colección Serfín.
Foto: José Ignacio González
Manterola para Textiles indígenas,
Fundación Cultural Serfin.

El rebozo indígena regional y el rebozo clásico, son dos diferentes tipos de rebozo que aún en nuestros días se producen. Los primeros van listados de varios colores formando dibujos parecidos al arte plumaria, algunos llevan triángulos anudados en formas de animales y estrellas y están teñidos por tintes naturales que van sobre lana. Los rebozos clásicos difieren en el uso de materiales ya que están hechos de seda, articela y algodón pero sobre todo se diferencían por aplicar el ikat, una antigua técnica que emplea el tinte de reserva.

Los rebozos difieren en colorido, tamaño y material según la región y la época en la cual se hayan elaborado; algunas zonas del país trabajan con grandes coloridos, combinando técnicas y materiales, con largos y cortos rapacejos, aplicandose también (hasta los años 40s) bordados, lentejuelas y cuentas que hacen de esta prenda típica mexicana una artesanía. 

Actualmente, los centros reboceros más conocidos en México son, Santa María del Río, famoso por sus rebozos de seda; San Luis Potosí; Tenancingo, especialista en el rebozo de algodón fino y Tejupilco, ambos en el Estado de México; Zamora y Tangancícuaro, en Michoacán; Moroleón, Guanajuato y Chilapa, Guerrero.

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